jueves, 11 de abril de 2013

EN LO MEJOR DE LO PEOR: CAPITULO 12





Queridos blogueros/as: Al final que verdad es el refrán ese que dice que la cabra siempre acaba tirando al monte. Este capítulo va de Medicina y a mi me ha gustado porque creo que dentro de mis posibilidades expresa bastante bien lo que pasa por la cabeza de los familiares de los pacientes. Supongo que se nota que escribiendo sobre estos temas me encuentro a gusto y hasta estoy pensando si escribir una novela entera una paciente con un cáncer terminal, el papel de los Médicos que la tratan e historias parecidas, pero, bueno, todo a su debido tiempo que se acumula el trabajo.
Lo que si que es una verdad como un templo es lo que puede cambiar la vida de cualquiera con un simple accidente, ya no digo con cosas peores, en un segundo, ¡hala! ni Ana puede andar, ni Juan hacer lo que le de la gana, manda el destino y en ese caso les toca una temporada de hospital y yo a disfrutar escribiendo y espero que vosotros leyéndolo.
Hasta otra
Un abrazo
Tino Belas




CAPITULO 12.-

Comenzaba un nuevo día y no tenían nada especial que hacer. Sería como todos los demás. Juan desde la cama pensaba en hacer algo distinto, diferente, que les hiciera disfrutar y pasar un día mas, no un día menos, pero está claro que el viejo refrán castellano de el hombre propone y Dios dispone es una verdad como un templo y mientras pensaba en que hacer, unos gritos desgarradores hicieron que Juan se levantase rápidamente y llegar casi corriendo hasta la cocina donde tumbada en el suelo, agarrado al horno con su brazo derecho, allí estaba la Abuela con un rictus de intenso dolor en su cara. La pierna derecha la tenía como rotada hacia fuera y totalmente estirada. Con su mano derecha hacía esfuerzos para levantarse mientras que con la izquierda se aferraba a la cadera.

-        Ana, Ana – el Abuelo se arrodilló sujetándola por la espalda - ¿Qué te ha pasado?
-        Me he subido al taburete para coger un bote de ahí arriba, me he resbalado  y me duele mucho aquí – se señalaba la cadera
-        No te preocupes que llamo al 112 y enseguida vendrán con una ambulancia

Efectivamente cuando Juan contestó a las preguntas que desde una centralita le hacía una voz femenina, ésta le indicó que en pocos minutos estaría en su domicilio una UVI móvil, con un Médico y una Enfermera para trasladar a la paciente al Hospital de la Seguridad Social. Así fue y a la media hora de la caída entraba por la puerta de la Residencia todavía con la cara contraída por dolor. El Traumatólogo de guardia diagnosticó la fractura de cadera nada mas hacerle una primera exploración, pero había que esperar a que le hicieran el correspondiente estudio radiológico para determinar el lugar de la fractura y entonces sería el momento de planificar el tratamiento a seguir que podía ser quirúrgico o no.
La camilla transportó a Ana por interminables pasillos hasta el gabinete de rayos donde le hicieron diferentes radiografías y vuelta a la urgencia por los mismos pasillos. En total, casi dos horas de idas y venidas con las placas correspondientes.

-        Siento comunicarle Señora que tiene una fractura del cuello del fémur derecho y tenemos que operarla para fijar esa fractura ¿ha venido con algún acompañante?
-        Si, mi marido está fuera
-        Sonia, por favor – la auxiliar se acercó a la mesa del especialista
-        Si Doctor
-        Dígale al marido de esta señora que pase.
-        Muy bien.

Al minuto estaba Juan en el despacho reflejando en su cara la enorme preocupación que tenía con respecto al estado de salud de su mujer.

-        Dígame Doctor ¿es grave?
-        Tiene una fractura del cuello del fémur derecho y tenemos que operarla para reducir la fractura y fijarla con lo que nosotros llamamos un clavo placa.
-        ¿La operarán ahora?
-        Si, pero antes tenemos que hacer un estudio preoperatorio, unas pruebas para ver como está de salud.
-        ¿Con anestesia general?
-        Eso depende del Anestesista que luego hablará con ustedes, pero habitualmente es suficiente con epidural.
-        ¿Tiene mucho riesgo?
-        Hombre ¡que quiere que le diga! Su mujer no es ninguna niña y todo lo que sea cirugía le puede afectar, pero piense que no hay mas remedio que hacerlo porque si no el resto de su vida lo tendría que pasar en la cama o en silla de ruedas y sobre todo soportando fuertes dolores, o sea que lo mejor es correr el riesgo, operarla cuanto antes y enseguida a rehabilitar.

Juan no se lo podía creer, mil veces le había dicho a su mujer que no se subiera a ese taburete porque cualquier día se caería y se rompería una cadera y parecía como si le hubiera echado el mal de ojo, pero había que asumir lo que pasaba y el mirar para atrás no valía para nada. Después de hablar con el Médico, Juan volvió a la sala de urgencias, donde Ana estaba en la cama con un suero en su antebrazo derecho y con los ojos cerrados. La sala era amplia con doce camas, seis a cada lado, con una pequeña taquilla metálica para dejar los objetos personales y una silla al lado de la cama ocupada por Juan que trataba de darle ánimos a su mujer cogiéndole la mano derecha y acariciándosela con cariño. Las camas estaban separadas por cortinas que de momento estaban abiertas porque la única paciente era la Abuela.  El control de enfermeras era una especie de kiosco justo en el medio de la sala y desde allí seis enfermeras y otras tantas auxiliares charlaban animadamente ante la falta de trabajo. Después de extraerle sangre para el preoperatorio y hacerle un pequeño interrogatorio sobre enfermedades anteriores, posibles alergias etc….etc, Ana se durmió y en ese tiempo la sala se fue llenando de urgencias y ya eran cinco pacientes los que esperaban su turno para ser vistos por los especialistas correspondientes.

Una señora que ocupaba la cama justo pegada a la suya, reclamaba la presencia de alguien que le ayudara a buscar sus gafas que las tenía en el bolso y éste estaba en la taquilla. Debía estar muy enferma y solo le salía un hilo de voz insuficiente para que el personal sanitario pudiera oírla. Juan la oía desde su silla y después de varios intentos fallidos, el Abuelo separó un poco la cortina y pudo comprobar que la señora era una anciana que lloraba a lágrima viva porque nadie le hacía caso

-        ¿Puedo ayudarla en algo? – Juan no sabía muy bien lo que tenía que hacer, pero se alegró de acercarse a la señora para tranquilizarla.
-        Solo quiera que venga alguien que me de las gafas que están en mi bolso.
-        No se preocupe que eso se lo soluciono yo ahora mismo
-         
Juan se levantó, abrió la taquilla y después de buscarlas en el bolso encontró unas gafas con una sola patilla y los cristales sucios como si por ellos nunca hubiera pasado un pañuelo, se lo dio a la señora y cerró la cortina para que pudiera tener algo de intimidad. Ana abrió los ojos en ese momento y preguntó

-        ¿Qué pasa?
-        No tengo ni idea – respondió Juan con prontitud dirigiendo una mirada cariñosa a su mujer – pero aparte de tener un montón de años, debe estar muy mal porque tiene una pinta horrible.
-        Y sin embargo no le duele nada
-        ¿Y tu porqué lo sabes?
-        Porque desde que ha llegado no se ha quejado ni una sola vez
-        Eso es verdad
-         
Juan permanecía sentado en la silla a un lado de la cama tratando de entretener a su mujer con la típica conversación intrascendente con la finalidad que fuera pasando los minutos hasta que la llamaran a quirófano. Ana estaba razonablemente bien, a base de calmantes pero sin dolor y con un vendaje en la pierna mala que, si no se movía, no le molestaba. Permanecía con los ojos cerrados y de vez en cuando los abría manteniéndolos fijos en los del Abuelo. No decía nada, ni falta que hacía, en aquella mirada estaba toda una vida. El miedo, las alegrías, los sinsabores, los días buenos y también los malos, la soledad, los nietos, la lluvia, la casa en el campo, el sol de primavera y miles de sentimientos mas que pasaban por su mente como las nubes por el cielo. Tenía miedo, claro que tenía miedo, pero no por la cirugía ni tampoco por la anestesia, en eso tenía una fe ciega y sabía que estaba en buenas manos. El Médico le había caído muy bien y en ese sentido estaba tranquila. Su preocupación era el Abuelo. Durante tantos años se habían acompañado mutuamente que lo único que quería era recuperarse cuanto antes para no tenerlo que dejar solo, entre otras cosas porque ¿podría vivir sin su ayuda? No sería el primero, ni tampoco el último, que se quedaba viudo pero Juan lo pasaría muy mal porque de la casa no sabía absolutamente nada. Aprender a poner la lavadora, cocinar lo básico y algunas cosas mas, a eso se aprende en nada, pero llevar una casa no era solo eso. Hay que limpiar, comprar, preocuparse de miles de pequeños detalles que alguien los hace y pasa desapercibidos, pero que cuando no está la que los hace, se hacen mas importantes. Se tendría que buscar a alguien que le ayudase porque los hijos no podrían y aunque intentaran llevárselo con ellos no lo iban a conseguir. Esa era toda su preocupación. No le importaba no despertarse, para eso estaba preparada y si se tenía que morir pues sería que le había llegado su momento, pero lo que no quería de ninguna manera era quedarse inválida y convertirse en un estorbo para todos los que la rodeaban. Para quedarse así prefería morirse. El roce de los dedos de su marido sobre su mejilla, la hizo volver a la cruda realidad. Allí estaba, en una cama de urgencias de la Seguridad Social, esperando que alguien viniera a buscarla. El Abuelo la miraba con ternura y los dos sabían que tenían miedo aunque ninguno lo manifestaba claramente. Eran viejos, pero tenían mucha vida por delante para que una desgraciada caída se los truncase.

Juan también pensaba en sus nietos. Eran los que mantenían la ilusión de vivir. El verlos crecer era como el aire para un asmático y viéndolos se daba cuenta de lo importantes que eran para mantener viva la llama de la ilusión. Si no fuera por ellos nunca sabría como pasa el tiempo y  sin embargo casi le llegaban por la cintura. Se pasaban los fines de semana, cuando sus padres los llevaban, descubriendo el mundo, haciendo cosas potencialmente peligrosas, pero para los mayores porque para ellos, como niños que eran no percibían el peligro y para ejemplo estaba el episodio del columpio y de eso hacía muy pocos días.

Juan se acordaba de infinidad de atardeceres en que salían de casa cogidos de la mano con la intención de dar una vuelta hasta el pueblo. Las palabras sobran cuando cerca de setenta años les contemplaban y con pequeños gestos de complicidad era suficiente. No hacía falta decir nada, la simple compañía es suficiente y el caminar hasta la panadería del pueblo o ir a la frutería era un motivo para estar juntos. Juan podía ir solo, por supuesto que si, pero casi siempre iba acompañado por Ana y muchos días en todo el recorrido que no era mas de media hora y los dos no se podían imaginar mirar un paisaje sin comentar lo bonito que estaba o aquella vez, a ambos les daba un poco de vergüenza recordarlo, en que el Abuelo, en medio del camino, se agachó, cogió una margarita y empezó te quiero, no te quiero, te quiero, no te quiero, como hacían cuando eran jóvenes y encima salió que si, aunque les daba igual porque ambos sabían que si.

-        ¿Me das un poco de agua?
-        Ahora no puedes, tienes que esperar hasta que vuelvas del quirófano
-        Estoy muerta de sed
-        Ya, pero las órdenes son las órdenes y el que manda, manda
-        ¿Tardarán mucho?
-        Supongo que no porque la enfermera ha dicho que estaban preparando ya el quirófano.
-        ¿Sabes una cosa? – Ana apretó los dedos del Abuelo por debajo de la colcha – que tengo ganas que pase todo esto y volver a casa
-        Yo también, pero hay cosas que no pueden esperar y tu cadera es una de ellas
-        ¡Que mala suerte! – por la mejilla de la Abuela pasó la única lágrima que se quiso sumar  a la difícil situación.
-        No le des vueltas – Juan la miraba tratando de transmitirla confianza – son cosas que pasan y ya está. Lo que hay que hacer es tener fe y seguro que Dios nos ayuda.
-        Seguro que si, pero de todas maneras tendrás que reconocer que es mala suerte porque ¿cuántas veces me habré subido al banco ese para coger la harina?
-        ¿Y cuantas veces te he dicho yo que no lo hicieras?

Primero fue el ruido de unas ruedas y luego la cortina se abrió bruscamente, un celador vestido de verde acercó la camilla y le indicaba que despacio se fuera pasando porque la estaban esperando en el quirófano.

-        Hijo mío – Ana se estiró una especie de camisón con el anagrama de la Seguridad Social que le habían dejado para ir a quirófano - ¡vaya susto que me has pegado!
-        Animo – Juan le dio un beso en la frente – que en nada estarás de vuelta

El celador empujó la camilla a lo largo del pasillo con lo que evitó que Ana percibiera las lágrimas que ahora si que corrían a raudales inundando los ojos de su marido que hasta entonces lo había evitado, pero ante la visión de la camilla, ya no fue capaz de permanecer sereno. Juan trataba de mantener la tranquilidad, pero el temblor de sus manos indicaba todo lo contrario. Sabía que era una operación importante y no sabía si Ana lo soportaría. Le animaba el pensar que ella no estaba mal físicamente, pero claro, no es lo mismo estar bien como para hacer una vida normal y otra cosa era una cirugía. Tampoco era tan mayor, eso también animaba, pero tampoco tenía veinte años. Lo más importante, y eso si que le sobraba por todas partes, eran sus enormes ganas de vivir.

Ana permanecía en el antequirófano con los ojos cerrados y musitando levemente las avemarías de un rosario que se vio interrumpido por la llegada de un anestesista de mediana edad que le tomó el pulso, le explicó que tenía que darle un pinchazo en el dorso de la mano para cogerle una vía y que a partir de ese momento que estuviera tranquila porque ya no iba a notar absolutamente nada. La Abuela asentía con la cabeza, sin abrir los ojos, no parecía que estuviera muy preocupada aunque ella sabía que la procesión iba por dentro y aunque pareciera lo contrario, no estaría tranquila hasta que estuviera de vuelta en la habitación. Primero una sensación de sueño como muy pequeña pero suficiente para hacerla bostezar, después la llegada como de una nube que la envolvía y por último la paz, una paz como no había vivido nunca. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido, todo era silencio a su alrededor, la percepción era que todo estaba como muy blanco, el paisaje parecía nevado o simplemente pintado de un blanco tan suave que invitaba a sonreír, a pesar del tubo que le suministraba oxígeno y que lo tenía introducido en la boca.

El Dr. Bouza, anestesista curtido en mil quirófanos, autorizó a los cirujanos el inicio de la cirugía y así comenzaron las peticiones de bisturí, una erina, coagula aquí, Alberto, coño, sujeta la pierna, venga déjame la sierra, seca, joder, que no veo nada, ¿cómo está? creo que una transfusión le vendría de perlas, trae el medidor, la cabeza debería ser algo mas pequeña, el vástago del diecinueve, yo creo que si, venga Carmen déjame probar ¿qué te parece? yo creo que ese es el tamaño, coagula aquí, martillo, dale mas fuerte que sinó, el vástago no se impacta ni de coña, bien, dame un hilo y empezamos a cerrar, grapadora, ¿quieres darme el drenaje de una puñetera vez? Mueve otra vez la pierna, bien, muy bien, ¿terminas tú? pues hala poneros a la tarea y mientras yo voy a hablar con la familia. Gracias a todos

El Doctor Quesada se quitó la bata dejando al resto del equipo completando la intervención, se quitó los guantes y se lavó las manos con esa manera especial como lo hacen todos los cirujanos y después de tomarse un café con leche y rellenar todos los datos en la historia clínica, le indicó a un celador que avisase a la familia. Mientras esperaba, se relajó frente a la ventana de la sala de Médicos y pensó por un momento que pasaría por la cabeza de los familiares que estuvieran esperando. Para él, era una cirugía mas de las muchas que hacía habitualmente y posiblemente no sería la última en es día de guardia, pero para cada familia su operación era la suya y por supuesto la mas importante. Todavía tenía en la cabeza el cateterismo de Inés, su mujer, que le había hecho no hacía ni un año. ¡Que distinto es ser cirujano que paciente o pariente de un paciente! Los minutos tienen más de sesenta segundos cuando se está en la puerta de un quirófano mientras que cuando se está dentro pasan como mucho más deprisa. En aquella ocasión, el cardiólogo se empeñaba que pasase y así lo hizo hasta que la sedaron. A partir de ahí prefería estar solo en su despacho esperando los resultados. El cateterismo no duraría mas de una hora, pero fue mas que suficiente como para hacer un recorrido por toda su vida desde aquellos veinticinco años, cuando conoció a su mujer en un Congreso de Traumatología en Sevilla hasta su boda, el nacimiento de sus tres hijos, los muchos momentos buenos que habían pasado juntos y muchos recuerdos mas que fueron cortados por la presencia de su amigo, Antonio Rojasa, cardiólogo, que le explicó que todo había ido muy bien, que le habían puesto dos “stent”en dos arterias coronarias y como las cañerías ya estaban desatascadas esperaba que tuviera mujer para muchos años.

-        Perdone - El Abuelo asomó la cabeza en el despacho del Dr. Quesada después de llamar a la puerta- ¿se puede?
-        ¿Usted es el familiar de Doña Ana Sánchez Zúñiga? – preguntó el Médico consultando la primera de la historia clínica que tenía entre sus manos.
-        Si, si, soy su marido
-        Muy bien – el Dr. Quesada dejó la historia clínica sobre la mesa y le miró con afecto tratando de ganarse su confianza – lo primero y lo mas importante es que la operación ha ido muy bien y que su mujer está recuperándose de la anestesia.
-        Gracias Doctor – contestó el Abuelo con los ojos otra vez llenos de lágrimas
-        Le hemos quitado su cadera que estaba destrozada y le hemos puesto una prótesis de titanio que espero que le dure muchos años. Para eso lo primero es que se recupere de la operación, dos o tres días de UVI y después a casa, aunque lo malo empezará en ese momento, cuando tenga que empezar la Rehabilitación y tendrá que sacrificarse mucho si quiere volver a caminar como antes.
-        ¿Y lo conseguirá?
-        Eso depende de ella y de usted
-        ¡De mi! - el Abuelo no entendía que pintaba él en aquella guerra
-        Si señor, de usted también. Por supuesto que su mujer es la que lo tiene que pasar, pero usted la tiene que animar porque seguro que pasará por momentos malos y usted tendrá que estar ahí ¿le parece?
-        ¡Que remedio!
-        Bien, eso aunque no lo parezca es fundamental para una buena evolución – El Dr. cerró la carpeta clínica – ahora lo único que tiene que hacer es esperar en la sala donde estaba y en poco tiempo le llamarán y podrá estar con ella en la UVI y luego mi consejo es que se vaya a su casa y vuelva cuando le digan porque en la sala de espera no hace nada y mejor es que guarde sus energías para el día en que necesite estar veinticuatro horas con ella.
-        Usted manda, Doctor.
-        ¡Que va! yo no mando ni en mi casa, pero, en fin, lo importante es que todo ha ido muy bien hasta ahora y espero que siga evolucionando poco a poco
-        Muchas gracias Doctor.
-        De nada hombre, ese es nuestro trabajo y tratamos de hacerlo lo mejor posible.
-        ¿Le volveré a ver? – preguntó el Abuelo mientras le estrechaba la mano con agradecimiento
-        Claro, seguro que si y sinó llama a esta puerta y hablamos siempre que quiera
-        Gracias otra vez

3 comentarios:

  1. Pobre Ana, que mala suerte. Me temo que a los abuelos les espera un mala temporadita.
    Con que detalle nos describes la operación; ni que fueras cirujano......
    Hasta el próximo.
    Bss

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  2. El Tío Javier Belas17 de abril de 2013, 12:15

    Otra vez con retraso pero ya estoy aquí. Como os gusta a los médicos escribir sobre vuestra profesión. Me ha gustado el relato y los pensamientos. Yo no se lo que se hablará en los quirófanos pero supongo que yo reaccionaría de una manera parecida a la de Juan. También supongo que sería un enfermo mucho peor que Ana. En fin, así es la vida.
    Un abrazo

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  3. Vaya.... que mala pata ha tenido Ana.... pero bueno la operación salió bien y ahora poco a poco a recuperarse..... a mi el que me da pena es Juan, bueno ya veremos en el siguiente capítulo lo que pasa. Besos.

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