Queridos
blogueros/as: Al final que verdad es el refrán ese que dice que la cabra siempre
acaba tirando al monte. Este capítulo va de Medicina y a mi me ha gustado
porque creo que dentro de mis posibilidades expresa bastante bien lo que pasa
por la cabeza de los familiares de los pacientes. Supongo que se nota que
escribiendo sobre estos temas me encuentro a gusto y hasta estoy pensando si
escribir una novela entera una paciente con un cáncer terminal, el papel de los
Médicos que la tratan e historias parecidas, pero, bueno, todo a su debido
tiempo que se acumula el trabajo.
Lo
que si que es una verdad como un templo es lo que puede cambiar la vida de
cualquiera con un simple accidente, ya no digo con cosas peores, en un segundo,
¡hala! ni Ana puede andar, ni Juan hacer lo que le de la gana, manda el destino
y en ese caso les toca una temporada de hospital y yo a disfrutar escribiendo y
espero que vosotros leyéndolo.
Hasta
otra
Un
abrazo
Tino
Belas
CAPITULO
12.-
Comenzaba
un nuevo día y no tenían nada especial que hacer. Sería como todos los demás.
Juan desde la cama pensaba en hacer algo distinto, diferente, que les hiciera
disfrutar y pasar un día mas, no un día menos, pero está claro que el viejo
refrán castellano de el hombre propone y Dios dispone es una verdad como un
templo y mientras pensaba en que hacer, unos gritos desgarradores hicieron que
Juan se levantase rápidamente y llegar casi corriendo hasta la cocina donde
tumbada en el suelo, agarrado al horno con su brazo derecho, allí estaba la Abuela con un rictus de
intenso dolor en su cara. La pierna derecha la tenía como rotada hacia fuera y
totalmente estirada. Con su mano derecha hacía esfuerzos para levantarse
mientras que con la izquierda se aferraba a la cadera.
-
Ana, Ana – el
Abuelo se arrodilló sujetándola por la espalda - ¿Qué te ha pasado?
-
Me he subido al
taburete para coger un bote de ahí arriba, me he resbalado y me duele mucho aquí – se señalaba la cadera
-
No te preocupes
que llamo al 112 y enseguida vendrán con una ambulancia
Efectivamente
cuando Juan contestó a las preguntas que desde una centralita le hacía una voz
femenina, ésta le indicó que en pocos minutos estaría en su domicilio una UVI
móvil, con un Médico y una Enfermera para trasladar a la paciente al Hospital
de la Seguridad
Social. Así fue y a la media hora de la caída entraba por la
puerta de la Residencia
todavía con la cara contraída por dolor. El Traumatólogo de guardia diagnosticó
la fractura de cadera nada mas hacerle una primera exploración, pero había que
esperar a que le hicieran el correspondiente estudio radiológico para
determinar el lugar de la fractura y entonces sería el momento de planificar el
tratamiento a seguir que podía ser quirúrgico o no.
La
camilla transportó a Ana por interminables pasillos hasta el gabinete de rayos
donde le hicieron diferentes radiografías y vuelta a la urgencia por los mismos
pasillos. En total, casi dos horas de idas y venidas con las placas
correspondientes.
-
Siento
comunicarle Señora que tiene una fractura del cuello del fémur derecho y
tenemos que operarla para fijar esa fractura ¿ha venido con algún acompañante?
-
Si, mi marido
está fuera
-
Sonia, por favor
– la auxiliar se acercó a la mesa del especialista
-
Si Doctor
-
Dígale al marido
de esta señora que pase.
-
Muy bien.
Al
minuto estaba Juan en el despacho reflejando en su cara la enorme preocupación
que tenía con respecto al estado de salud de su mujer.
-
Dígame Doctor ¿es
grave?
-
Tiene una
fractura del cuello del fémur derecho y tenemos que operarla para reducir la
fractura y fijarla con lo que nosotros llamamos un clavo placa.
-
¿La operarán
ahora?
-
Si, pero antes tenemos
que hacer un estudio preoperatorio, unas pruebas para ver como está de salud.
-
¿Con anestesia
general?
-
Eso depende del
Anestesista que luego hablará con ustedes, pero habitualmente es suficiente con
epidural.
-
¿Tiene mucho
riesgo?
-
Hombre ¡que
quiere que le diga! Su mujer no es ninguna niña y todo lo que sea cirugía le
puede afectar, pero piense que no hay mas remedio que hacerlo porque si no el
resto de su vida lo tendría que pasar en la cama o en silla de ruedas y sobre
todo soportando fuertes dolores, o sea que lo mejor es correr el riesgo,
operarla cuanto antes y enseguida a rehabilitar.
Juan
no se lo podía creer, mil veces le había dicho a su mujer que no se subiera a
ese taburete porque cualquier día se caería y se rompería una cadera y parecía
como si le hubiera echado el mal de ojo, pero había que asumir lo que pasaba y
el mirar para atrás no valía para nada. Después de hablar con el Médico, Juan
volvió a la sala de urgencias, donde Ana estaba en la cama con un suero en su
antebrazo derecho y con los ojos cerrados. La sala era amplia con doce camas,
seis a cada lado, con una pequeña taquilla metálica para dejar los objetos
personales y una silla al lado de la cama ocupada por Juan que trataba de darle
ánimos a su mujer cogiéndole la mano derecha y acariciándosela con cariño. Las
camas estaban separadas por cortinas que de momento estaban abiertas porque la
única paciente era la
Abuela. El control de
enfermeras era una especie de kiosco justo en el medio de la sala y desde allí
seis enfermeras y otras tantas auxiliares charlaban animadamente ante la falta
de trabajo. Después de extraerle sangre para el preoperatorio y hacerle un
pequeño interrogatorio sobre enfermedades anteriores, posibles alergias
etc….etc, Ana se durmió y en ese tiempo la sala se fue llenando de urgencias y
ya eran cinco pacientes los que esperaban su turno para ser vistos por los
especialistas correspondientes.
Una
señora que ocupaba la cama justo pegada a la suya, reclamaba la presencia de
alguien que le ayudara a buscar sus gafas que las tenía en el bolso y éste
estaba en la taquilla. Debía estar muy enferma y solo le salía un hilo de voz
insuficiente para que el personal sanitario pudiera oírla. Juan la oía desde su
silla y después de varios intentos fallidos, el Abuelo separó un poco la
cortina y pudo comprobar que la señora era una anciana que lloraba a lágrima
viva porque nadie le hacía caso
-
¿Puedo ayudarla
en algo? – Juan no sabía muy bien lo que tenía que hacer, pero se alegró de
acercarse a la señora para tranquilizarla.
-
Solo quiera que
venga alguien que me de las gafas que están en mi bolso.
-
No se preocupe
que eso se lo soluciono yo ahora mismo
-
Juan
se levantó, abrió la taquilla y después de buscarlas en el bolso encontró unas
gafas con una sola patilla y los cristales sucios como si por ellos nunca
hubiera pasado un pañuelo, se lo dio a la señora y cerró la cortina para que
pudiera tener algo de intimidad. Ana abrió los ojos en ese momento y preguntó
-
¿Qué pasa?
-
No tengo ni idea
– respondió Juan con prontitud dirigiendo una mirada cariñosa a su mujer – pero
aparte de tener un montón de años, debe estar muy mal porque tiene una pinta
horrible.
-
Y sin embargo no
le duele nada
-
¿Y tu porqué lo
sabes?
-
Porque desde que
ha llegado no se ha quejado ni una sola vez
-
Eso es verdad
-
Juan
permanecía sentado en la silla a un lado de la cama tratando de entretener a su
mujer con la típica conversación intrascendente con la finalidad que fuera
pasando los minutos hasta que la llamaran a quirófano. Ana estaba
razonablemente bien, a base de calmantes pero sin dolor y con un vendaje en la
pierna mala que, si no se movía, no le molestaba. Permanecía con los ojos
cerrados y de vez en cuando los abría manteniéndolos fijos en los del Abuelo.
No decía nada, ni falta que hacía, en aquella mirada estaba toda una vida. El
miedo, las alegrías, los sinsabores, los días buenos y también los malos, la
soledad, los nietos, la lluvia, la casa en el campo, el sol de primavera y
miles de sentimientos mas que pasaban por su mente como las nubes por el cielo.
Tenía miedo, claro que tenía miedo, pero no por la cirugía ni tampoco por la
anestesia, en eso tenía una fe ciega y sabía que estaba en buenas manos. El
Médico le había caído muy bien y en ese sentido estaba tranquila. Su
preocupación era el Abuelo. Durante tantos años se habían acompañado mutuamente
que lo único que quería era recuperarse cuanto antes para no tenerlo que dejar
solo, entre otras cosas porque ¿podría vivir sin su ayuda? No sería el primero,
ni tampoco el último, que se quedaba viudo pero Juan lo pasaría muy mal porque
de la casa no sabía absolutamente nada. Aprender a poner la lavadora, cocinar
lo básico y algunas cosas mas, a eso se aprende en nada, pero llevar una casa
no era solo eso. Hay que limpiar, comprar, preocuparse de miles de pequeños
detalles que alguien los hace y pasa desapercibidos, pero que cuando no está la
que los hace, se hacen mas importantes. Se tendría que buscar a alguien que le
ayudase porque los hijos no podrían y aunque intentaran llevárselo con ellos no
lo iban a conseguir. Esa era toda su preocupación. No le importaba no
despertarse, para eso estaba preparada y si se tenía que morir pues sería que
le había llegado su momento, pero lo que no quería de ninguna manera era
quedarse inválida y convertirse en un estorbo para todos los que la rodeaban.
Para quedarse así prefería morirse. El roce de los dedos de su marido sobre su
mejilla, la hizo volver a la cruda realidad. Allí estaba, en una cama de
urgencias de la
Seguridad Social , esperando que alguien viniera a buscarla.
El Abuelo la miraba con ternura y los dos sabían que tenían miedo aunque
ninguno lo manifestaba claramente. Eran viejos, pero tenían mucha vida por
delante para que una desgraciada caída se los truncase.
Juan
también pensaba en sus nietos. Eran los que mantenían la ilusión de vivir. El
verlos crecer era como el aire para un asmático y viéndolos se daba cuenta de
lo importantes que eran para mantener viva la llama de la ilusión. Si no fuera
por ellos nunca sabría como pasa el tiempo y
sin embargo casi le llegaban por la cintura. Se pasaban los fines de
semana, cuando sus padres los llevaban, descubriendo el mundo, haciendo cosas
potencialmente peligrosas, pero para los mayores porque para ellos, como niños
que eran no percibían el peligro y para ejemplo estaba el episodio del columpio
y de eso hacía muy pocos días.
Juan
se acordaba de infinidad de atardeceres en que salían de casa cogidos de la
mano con la intención de dar una vuelta hasta el pueblo. Las palabras sobran
cuando cerca de setenta años les contemplaban y con pequeños gestos de
complicidad era suficiente. No hacía falta decir nada, la simple compañía es
suficiente y el caminar hasta la panadería del pueblo o ir a la frutería era un
motivo para estar juntos. Juan podía ir solo, por supuesto que si, pero casi
siempre iba acompañado por Ana y muchos días en todo el recorrido que no era
mas de media hora y los dos no se podían imaginar mirar un paisaje sin comentar
lo bonito que estaba o aquella vez, a ambos les daba un poco de vergüenza
recordarlo, en que el Abuelo, en medio del camino, se agachó, cogió una
margarita y empezó te quiero, no te quiero, te quiero, no te quiero, como
hacían cuando eran jóvenes y encima salió que si, aunque les daba igual porque
ambos sabían que si.
-
¿Me das un poco
de agua?
-
Ahora no puedes,
tienes que esperar hasta que vuelvas del quirófano
-
Estoy muerta de
sed
-
Ya, pero las
órdenes son las órdenes y el que manda, manda
-
¿Tardarán mucho?
-
Supongo que no
porque la enfermera ha dicho que estaban preparando ya el quirófano.
-
¿Sabes una cosa?
– Ana apretó los dedos del Abuelo por debajo de la colcha – que tengo ganas que
pase todo esto y volver a casa
-
Yo también, pero
hay cosas que no pueden esperar y tu cadera es una de ellas
-
¡Que mala suerte!
– por la mejilla de la Abuela
pasó la única lágrima que se quiso sumar
a la difícil situación.
-
No le des vueltas
– Juan la miraba tratando de transmitirla confianza – son cosas que pasan y ya
está. Lo que hay que hacer es tener fe y seguro que Dios nos ayuda.
-
Seguro que si,
pero de todas maneras tendrás que reconocer que es mala suerte porque ¿cuántas
veces me habré subido al banco ese para coger la harina?
-
¿Y cuantas veces
te he dicho yo que no lo hicieras?
Primero
fue el ruido de unas ruedas y luego la cortina se abrió bruscamente, un celador
vestido de verde acercó la camilla y le indicaba que despacio se fuera pasando
porque la estaban esperando en el quirófano.
-
Hijo mío – Ana se
estiró una especie de camisón con el anagrama de la Seguridad Social
que le habían dejado para ir a quirófano - ¡vaya susto que me has pegado!
-
Animo – Juan le
dio un beso en la frente – que en nada estarás de vuelta
El
celador empujó la camilla a lo largo del pasillo con lo que evitó que Ana
percibiera las lágrimas que ahora si que corrían a raudales inundando los ojos
de su marido que hasta entonces lo había evitado, pero ante la visión de la
camilla, ya no fue capaz de permanecer sereno. Juan trataba de mantener la
tranquilidad, pero el temblor de sus manos indicaba todo lo contrario. Sabía
que era una operación importante y no sabía si Ana lo soportaría. Le animaba el
pensar que ella no estaba mal físicamente, pero claro, no es lo mismo estar
bien como para hacer una vida normal y otra cosa era una cirugía. Tampoco era
tan mayor, eso también animaba, pero tampoco tenía veinte años. Lo más
importante, y eso si que le sobraba por todas partes, eran sus enormes ganas de
vivir.
Ana
permanecía en el antequirófano con los ojos cerrados y musitando levemente las
avemarías de un rosario que se vio interrumpido por la llegada de un
anestesista de mediana edad que le tomó el pulso, le explicó que tenía que
darle un pinchazo en el dorso de la mano para cogerle una vía y que a partir de
ese momento que estuviera tranquila porque ya no iba a notar absolutamente
nada. La Abuela
asentía con la cabeza, sin abrir los ojos, no parecía que estuviera muy
preocupada aunque ella sabía que la procesión iba por dentro y aunque pareciera
lo contrario, no estaría tranquila hasta que estuviera de vuelta en la
habitación. Primero una sensación de sueño como muy pequeña pero suficiente
para hacerla bostezar, después la llegada como de una nube que la envolvía y
por último la paz, una paz como no había vivido nunca. Parecía como si el
tiempo se hubiera detenido, todo era silencio a su alrededor, la percepción era
que todo estaba como muy blanco, el paisaje parecía nevado o simplemente
pintado de un blanco tan suave que invitaba a sonreír, a pesar del tubo que le
suministraba oxígeno y que lo tenía introducido en la boca.
El
Dr. Bouza, anestesista curtido en mil quirófanos, autorizó a los cirujanos el inicio
de la cirugía y así comenzaron las peticiones de bisturí, una erina, coagula
aquí, Alberto, coño, sujeta la pierna, venga déjame la sierra, seca, joder, que
no veo nada, ¿cómo está? creo que una transfusión le vendría de perlas, trae el
medidor, la cabeza debería ser algo mas pequeña, el vástago del diecinueve, yo
creo que si, venga Carmen déjame probar ¿qué te parece? yo creo que ese es el
tamaño, coagula aquí, martillo, dale mas fuerte que sinó, el vástago no se
impacta ni de coña, bien, dame un hilo y empezamos a cerrar, grapadora,
¿quieres darme el drenaje de una puñetera vez? Mueve otra vez la pierna, bien,
muy bien, ¿terminas tú? pues hala poneros a la tarea y mientras yo voy a hablar
con la familia. Gracias a todos
El
Doctor Quesada se quitó la bata dejando al resto del equipo completando la
intervención, se quitó los guantes y se lavó las manos con esa manera especial
como lo hacen todos los cirujanos y después de tomarse un café con leche y
rellenar todos los datos en la historia clínica, le indicó a un celador que
avisase a la familia. Mientras esperaba, se relajó frente a la ventana de la
sala de Médicos y pensó por un momento que pasaría por la cabeza de los
familiares que estuvieran esperando. Para él, era una cirugía mas de las muchas
que hacía habitualmente y posiblemente no sería la última en es día de guardia,
pero para cada familia su operación era la suya y por supuesto la mas
importante. Todavía tenía en la cabeza el cateterismo de Inés, su mujer, que le
había hecho no hacía ni un año. ¡Que distinto es ser cirujano que paciente o
pariente de un paciente! Los minutos tienen más de sesenta segundos cuando se
está en la puerta de un quirófano mientras que cuando se está dentro pasan como
mucho más deprisa. En aquella ocasión, el cardiólogo se empeñaba que pasase y
así lo hizo hasta que la sedaron. A partir de ahí prefería estar solo en su
despacho esperando los resultados. El cateterismo no duraría mas de una hora,
pero fue mas que suficiente como para hacer un recorrido por toda su vida desde
aquellos veinticinco años, cuando conoció a su mujer en un Congreso de
Traumatología en Sevilla hasta su boda, el nacimiento de sus tres hijos, los
muchos momentos buenos que habían pasado juntos y muchos recuerdos mas que
fueron cortados por la presencia de su amigo, Antonio Rojasa, cardiólogo, que
le explicó que todo había ido muy bien, que le habían puesto dos “stent”en dos
arterias coronarias y como las cañerías ya estaban desatascadas esperaba que
tuviera mujer para muchos años.
-
Perdone - El
Abuelo asomó la cabeza en el despacho del Dr. Quesada después de llamar a la
puerta- ¿se puede?
-
¿Usted es el
familiar de Doña Ana Sánchez Zúñiga? – preguntó el Médico consultando la
primera de la historia clínica que tenía entre sus manos.
-
Si, si, soy su
marido
-
Muy bien – el Dr.
Quesada dejó la historia clínica sobre la mesa y le miró con afecto tratando de
ganarse su confianza – lo primero y lo mas importante es que la operación ha
ido muy bien y que su mujer está recuperándose de la anestesia.
-
Gracias Doctor –
contestó el Abuelo con los ojos otra vez llenos de lágrimas
-
Le hemos quitado
su cadera que estaba destrozada y le hemos puesto una prótesis de titanio que
espero que le dure muchos años. Para eso lo primero es que se recupere de la
operación, dos o tres días de UVI y después a casa, aunque lo malo empezará en
ese momento, cuando tenga que empezar la Rehabilitación y
tendrá que sacrificarse mucho si quiere volver a caminar como antes.
-
¿Y lo conseguirá?
-
Eso depende de
ella y de usted
-
¡De mi! - el
Abuelo no entendía que pintaba él en aquella guerra
-
Si señor, de
usted también. Por supuesto que su mujer es la que lo tiene que pasar, pero
usted la tiene que animar porque seguro que pasará por momentos malos y usted
tendrá que estar ahí ¿le parece?
-
¡Que remedio!
-
Bien, eso aunque
no lo parezca es fundamental para una buena evolución – El Dr. cerró la carpeta
clínica – ahora lo único que tiene que hacer es esperar en la sala donde estaba
y en poco tiempo le llamarán y podrá estar con ella en la UVI y luego mi consejo es que
se vaya a su casa y vuelva cuando le digan porque en la sala de espera no hace
nada y mejor es que guarde sus energías para el día en que necesite estar
veinticuatro horas con ella.
-
Usted manda,
Doctor.
-
¡Que va! yo no
mando ni en mi casa, pero, en fin, lo importante es que todo ha ido muy bien
hasta ahora y espero que siga evolucionando poco a poco
-
Muchas gracias
Doctor.
-
De nada hombre,
ese es nuestro trabajo y tratamos de hacerlo lo mejor posible.
-
¿Le volveré a
ver? – preguntó el Abuelo mientras le estrechaba la mano con agradecimiento
-
Claro, seguro que
si y sinó llama a esta puerta y hablamos siempre que quiera
-
Gracias otra vez
Pobre Ana, que mala suerte. Me temo que a los abuelos les espera un mala temporadita.
ResponderEliminarCon que detalle nos describes la operación; ni que fueras cirujano......
Hasta el próximo.
Bss
Otra vez con retraso pero ya estoy aquí. Como os gusta a los médicos escribir sobre vuestra profesión. Me ha gustado el relato y los pensamientos. Yo no se lo que se hablará en los quirófanos pero supongo que yo reaccionaría de una manera parecida a la de Juan. También supongo que sería un enfermo mucho peor que Ana. En fin, así es la vida.
ResponderEliminarUn abrazo
Vaya.... que mala pata ha tenido Ana.... pero bueno la operación salió bien y ahora poco a poco a recuperarse..... a mi el que me da pena es Juan, bueno ya veremos en el siguiente capítulo lo que pasa. Besos.
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